¿Cómo puede un grupo de sicarios llegar a un velorio, sacar a una veintena de personas, fusilarlas, recoger los cuerpos, lavar el lugar y escapar?
Sólo con la complicidad obligada o el miedo de la policía.
El fusilamiento de diecisiete hombres, en San José de Gracia, Michoacán, es una muestra más del fracaso de este gobierno en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado.
El alcalde de Marco Castellanos, Jorge Luis Anguiano, reconoció ayer lo escrito dos párrafos arriba:
-No tenemos capacidad de fuego para enfrentar a esos grupos, con esas armas, dijo en diversas entrevistas.
Fuimos informados, llegó la policía municipal al lugar y, al darse cuenta, tuvimos que emprender la retirada, reconoció.
Y dice que avisaron a la policía estatal… que llegó ¡tres horas después!
Ya no había ni cuerpos ni sangre.
Porque hasta una hidrolavadora –la más común de la marca Kärcher- utilizaron los malandros.
No es nada nuevo.
En México existen municipios donde el arma más potente es una carabina 30-30 o un revólver calibre .22.
No, no es burla.
Es una crítica.
Ciertamente son padecimientos añejos, heredados de los 78 años del PRI y 12 del PAN, pero agudizados en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Porque sólo quiere abrazos, no balazos.
Diez, veinte o treinta policías municipales no pueden enfrentar a un grupo de diez, veinte o treinta pistoleros, sicarios, que portan hasta lanzamisiles, metralletas, rifles de asalto y más.
¡Cuánta impunidad!
Y a plena luz del día.
¿Para qué prometer? ¿Para qué asegurar que en cuanto llegara al gobierno el Ejército volvería a los cuarteles y combatiendo las causas, la raíz del problema, se acabarían las matanzas y las masacres?
López Obrador ha preferido voltear hacia otro lado y sólo ocuparse de ganar votos, de comprarlos con la ayuda social, con las pensiones, con las becas, con las dádivas.
Que se necesitaba un cambio, sí.
Que no así, también.
Y todavía sale a presumir Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad, que los homicidios dolosos –vulgo asesinatos o ejecuciones- han disminuido.
¡Ah, pero si a usted se le ocurre podar un árbol, pintar una barda, remodelar la fachada de su casa o cualquier otra obra, incluso romper la banqueta para que un albañil le haga una nueva –obligación del gobierno en turno- en cinco minutos ya tiene encima a unos policías listos para esposarlo y subirlo a la patrulla como si se tratara de un líder del narcotráfico!
Andrés Manuel, como siempre, minimizó el hecho.
Hasta lo puso en duda, pese s que existen videos.
-No hay cuerpos, sólo indicios, casquillos y algunos restos, dijo.
Se refiere a tejido humano y masa encefálica que quedó en el sitio, pese a que lavaron.
Y el gobernador, emanado, obvio, de las filas de Movimiento Regeneración Nacional (Morena), Alfredo Ramírez Bedolla, todavía se atreve a decir un día después que todo está en calma.
Y el fiscal, como siempre, justificando, minimizando:
-Es una venganza entre grupos criminales.
Fueron por El Pelón, que estaba velando a su madre, dijo Adrián López Solís.
Y eso que no son iguales.
Vámonos: Julio Scherer Ibarra no se lleva bien con Olga Sánchez Cordero. Como dicen en el barrio: se caen mal.
Pero también con Alejandro Gertz Manero, el fiscal general que toda su vida ha abusado de los cargos para intimidar a sus adversarios.
Sólo la amistad que tiene con López Obrador lo salvará de ser implicado en las acusaciones de Juan Collado, convertido hoy en soplón.
En Sapo, les dicen en Colombia.
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